Llevo dos meses en un batey sin nombre, porque los fundadores de este central, en su afan de abreviar tiempo y despersonalizar tanto a las gentes, a los sitios como a las cosas, lo han numerado todo. Y es cierto que he matado mi hambre, pero no s6 que hacer con es- te hastio que me engulle dia y noche. El batey es pequeiio. S61o tiene unas treinta casas, y en l6 no vive persona alguna con quien pueda hablar de Las cosas que pienso. Porque alli esta el viejo Dioni- sio, el mayordomo del contratista, pero de ese negro si que podria decirse que se ha tragado la lengua. Cuando no va en su mula baya mirando las cosas como si no las viese, dormita en el balc6n de su casita blanca despi- diendo el tufo del ron que se ha bebido durante el dia. El 6nico que habla por cinco y hasta por diez, es Cleto, el policia del Central, un cibaefio colorado como un camar6n y borrachin hasta mAs no poder. iDemonio de hombre este! Al principio no me gustaba, pero luego, observindolo bien, oyendo su inagotable torrente de di- chos e histories, se me ha revelado su verdadera perso- nalidad y ya le encuentro muy simpAtico. Desde el amanecer monta en su mulo blanco, y co- mo su casa esta contigua a la bodega, al instant le ten- go apoyado en la ventana, pididndome "su maiiana", la cual conkiste en medio vaso de ron. Y si ese dia tiene que prestar algin servicio urgente, dice pocas cosas, to- ma otro trago "pa' no quedarse cojo", y se march. Pe-