RAMON MARRERO ARTIST" cilentos, miran con horror nuestra miquina, desespera- dos porque sus animals se han dispersado. El blanco, al moderar la march, ha lanzado una palabrota en In- gles o en alemin, que a juzgar por tono el debe significar algo atroz. El empleado sigue mudo. Pasamos sin cuidarnos de los campesinos ni de sus animals. La miquina reanuda su march. Vuelvo a dor- mitar. Un kil6metro mis alli, el autom6vil disminuye nue- vamente velocidad. Cambia de direcci6n. Ahora los sal- tos no me permiten reposo. Saco la cabeza y veo que hemos abandonado la carretera y vamos por un carril que semeja una cicatriz en el vientre del gran cafiaveral. Los haitianos con quienes tropezamos se lanzan asustados entire la caria. El vehiculo continia dando tumbos. El aleman parece un dios que domina el motor. A poco aparece un batey a la vista. Casitas en hile- ras paralelas, todas blancas, menos una, que fuera de orden, aparece negra como el carb6n, despidiendo humo por una chimenea que le sale del techo. Es la bomba. Detras se levantan tres barracones con los ojos abiertos. MAs alli, la bodega, pequefiita, aplastada, se encoge en un rinc6n.