RAMON MARRERO ARISTY lo tuvo frente a su escritorio -ya habia movido su hu- manidad hasta alli-, le pregunt6 fingiendo extrafeza: -Lilo, geste hombri largo de camisa de Jersey, tra- bajando aqui? -Si, Mr. Robinson-, respondi6 el subalterno. -iOooh! -xckam6 el norteamericano como sin- tiendo nauseas-. Sacando ese hombri muy pronto de aqu, imuy pronto! Mi no queriendo verlo mas, ecom- prendi? eY qu6 hacer? Al instant el muchacho fu6 despe- dido. Me dijeron luego que era un excelente empleado y una buena persona, pero bast6 con que el manager no estuviera de acuerdo con que la naturaleza le hubiese datado de un talle poco comrn, y que por afididura levase camisa deportiva y zapatos con tacones de suela Y tambi6n cuentan de 61 Io siguiente: Cierta vez, uno de los encargados de tiendas de campo, individuo que contaba mas de dos afios rindieln do buena labor, tuvo la mala fortune de dirigirse al ma- nager en solicitud de un permiso, segn su carta, para ocuparse de su salud, no muy buena en esos dias. Ley6 Mr. Robinson la carta, y al pie de 6sta, el nombre del encargado de tienda. Qued6se con la vista entornada como quien registra el pasado, mientras tam- borileaba con los dedos sobre el cristal de su gran escri- torio. A poco se le oy6 exclamar: -iOh, carambal iMi cr6e que ricuelda! Y llam6 al asistente. Present6se 6ste. El jefe le pregunt6 sin preambulos: -Este que firmando aqui, ano trabajando en el plant el6ctrica del pueblo alguna vez? El asistente se rasc6 detrAs de la oreja, forzando el