RAMON MARRERO ARISTY cida y que c:uza el parque a largos pasos. No me equi- voco, se trata de mi padre, el senior Lope Compres. Ya casi lo habia olvidado, pero al verlo pasar como un ex- traiio cerca de mi, me siento sublevado y apenas puedo contener el deseo de gritarle:--"Qu6 has hecho? ePor- que me dejas asi? iDebiste darme para el camino! Yo no estuviera en la tierra si no fuera por ti; y ahora me dejes solo, soloo, sin profesi6n, sin oficio, isin nada!" Pero reprimo ese deseo y a pesar de mi amargura no digo nada. El profundo conocimiento que sobre mi pa- dre tengo, me ha cerrado la boca. dQu6 ganaria con ha- blarle? Nada. El viejo tiene sus ideas; no entiende esas cosas, El hecho alarmante de haberle gastado alg6n dinero en ciertas ocasiones y el no menor de haberle reclamado mis derechos de hombre y de hijo delante de mi madrastra en moments en que ella pretendia huni- Ilarme, le han vuelto contra mi; o eso ha servido de pretexto para que descubriese sus deseos de echarme, porque adivino que en el fondo ya hacia tiempo que tenia su resoluci6n hecha. Se mostraba desconfindo. Me consideraba un sujeto peligroso para sus intereses, y como es un hombre endurecido, jams se ha explicado c6mo a mi edad no vivo por mi cuenta. Ahora recuerdo una historic -la suya- que me ha contado mis de cien veces. Mi abuelo -su padre- no fu6 con 61 todo lo bue- no que se debe ser con un hijo. Era hombre muy rudo de campo, y desde pequefiin dedic6 al hijo a faenas du- risimas. Mi padre creci6 casi a la intemperie, perdido durante largos periods en los montes, en cortes de ma- dera, en conucos solitarios, abiertos en el coraz6n de montes inmensos. Los cortos dias que pasaba bajo techo, era sufriendo el desagradable trato de una madrastra