las canias para dormir que son pequeñas, sin pintura, colocadas sucesivamente a una distancia de un metro, hasta llegar a cientos de ellas, sin sábanas, sin colchones, sin almohadas, con frazadas sucias o sacos de harina, revelando la ausencia absoluta del uso de agua para su limpieza, con un aire impuro, mefítico, predis¬ puesto todo para la adquisición de enfermedades y para el des¬ arrollo de los vicios más repugnantes. En otro lugar, el salón de comer con el mismo tenebroso aspecto, en el cual los platos, las cucharas, los cubiertos, los vasos, revelan la falta de higiene, el abandono, la suciedad predominante. En algunos de esos vasos pudimos notar los residuos del agua formando una costra de sa¬ les que implican el tiempo transcurrido sin haberse efectuado una limjpieza adecuada. Las mesas sin manteles, carentes de serville¬ tas, es de inducir que en el acto de las comidas ninguna norma de urbanidad, ni de compostura impera. La cocina, en la cual se usa la leña para hacer fuego, con una serie de vasijas que yacían en el suelo, en el desorden y en el abandono. En otro edificio que llaman ‘ ‘El Hospital” un gabinete de dentista que más bien parece un salón para fumar de una casa de meretriz. Con un sillón deteriorado, inservible, y unos pocos ins¬ trumentos que dicen a simple vista que hace meses que no se des¬ infectan. El vaso donde el paciente se enjuaga la boca cubierto de una costra densa y otros instrumentos semejantes que atestiguan el abandono imperante. No hay botiquín. Se saca en consecuen¬ cia que ni el dentista trabaja, ni los jóvenes son atendidos. La enfermería es un antro de dolor y de tristeza, carente de los más necesarios elementos de asistencia. Los llamados talleres de maquinaria, de carpintería, de zapa¬ tería, etc., parecen lugares de refugio para delincuentes. No hay ni materiales, ni máquinas, ni instrumentos de labores, ni asien¬ tos para realizar los trabajos, ni mesas, ni nada que signifique la existencia de tales talleres. Las escuelas, o mejor dicho, las aulas de instrucción primaria manifiestan una decadencia de tal magnitud que hacen revivir los días ignominiosos de la colonia, con los bancos para los alumnos y los libros rotos y desordenados. Para representarse bien la im¬ presión de estos lugares de enseñanzas no tenemos más que re¬ producirnos mentalmente una habitación de un solar en nuestra capital. La vivienda de los llamados vigilantes del Reformatorio es el recinto de una legión de malhechores en la cual no se sabe lo que es peor, si el salón de comida de los mismos o la falta de higiene existente; aunque resulta un tanto mejor que los otros edificios descriptos. 6