154 BAYAS fiar su propia suerte. Es entonces cuando se desata el conflicto, cuando aparece, en toda su evidencia, el rostro del hroe. Sera el caso de Pjaro de Barro. Nadie puede sospechar en esos seres tan simples, tan aptos al melodrama de la vida, los caracteres casi pat ticos que nos recuerdan a un Lenormand y a un Ibsen. Simple y complejo al mismo tiempo, Eichelbaum se cumple en esa sntesis de vida y fbula que es patrimonio de un autor. Hay en su teatro una geografa espiritual que podra definirse como argentina, como autn ticamente nacional, enraigada a una tradicin ms vivencial que de cultura. Pues lo regional, lo simplemente anecdtico, pasa a un segundo plano... o mejor: se eleva a una jerarqua universal, a un bien comn donde no existe el lmite. As se podra hablar de Strindberg ai referirnos a las mujeres de su teatro, a esas heronas, ciegas y lcidas a un tiempo, que cumplen sus vidas con una voluntad fan tica. Recurdese, en este sentido, Pjaro de Barro o la absorbente Eleonor de Dos Brasas. Sobre todo esta ltima, creacin impar, a mi entender, en nuestra dramaturgia. Eleonor Morrison espera la actriz capaz de vivir a su conflicto. No cabe aqu la descripcin de cada una de sus obras. Cada una exigira un comentario aparte, un estudio de sus implicaciones. Apenas si podemos describir el todo como un estado teatral casi permanente, como un acontecer de fuerzas que se unifican en su lucha. Yo dira que Eichelbaum posi bilita una incursin a lo profundo por los caminos tradicionales del teatro. Esto es, no complica su tcnica, no hace malabares, nos da la vida, para que nos ensee o nos golpee. II El da que se escriba la historia del Guapo, de lo que ste significa en la tipologa nacional, Ecumnico Lpez ocupar el lugar del ar quetipo. Junto a los fantasmas -ms literarios de Borges, junto a las indagaciones de un Martnez Estrada o las pinturas de Fray Mocho y Payr, Ecumnico Lpez hroe de Un Guapo del 900 dar la tnica de su tica bravia. Porque es l un personaje tico, fundamentalmente moral, con una problemtica mucho ms profunda que su apariencia y su lenguaje. Cuando despus del crimen, muestra la palma de su mano y dice: Yo soy as, seora est dando su dimensin de hombre. No voy nada en el asunto agrega. Yo jams voy nada en las paradas en que me juego el peyejo. No me obliga nada ms que la lealt. Hermosas palabras, definidoras de un cultor de coraje de cierto tipo de nuestro carcter. Con gusto, nosotros defenderamos esta postura frente a la opinin del ilustre Ortega y Gasset: El argentino es un hombre a la defensiva. No, no lo es. Y para probarlo bsquense los hroes de toda nuestra literatura. Sufren de gigantismo, nunca de mesura... No lo prueba acaso la