UN PEDAZO DE CHOCOLATE 141 Das atrs Jos haba llegado al campamento de desplazados para investigar en la lista de sus moradores. Como de costum bre, alentaba la esperanza de encontrar entre los sobrevivien tes a uno de los suyos; si no a un familiar, siquiera alguien de su aldea natal. Desde hace seis semanas vaga atormentado por el inmenso dominio de refugiados y los campamentos judos dispersos por todo el maldito pas, y cada vez que se dispone a dirigir los pasos hacia uno de esos lugares, renueva la eterna ilusin de encontrar la huella de los seres amados. Por doquiera encuen tra las puertas ampliamente abiertas. No en vano es soldado de las brigadas judas. Cierto, el uniforme es ingls, todo lo que lleva encima es britnico, desde la boina bravuconamente ladeada basta el reluciente calzado militar. Tan slo la estrella de David, bordada en oro sobre el fondo de la triple franja -hilo blanco entre dos celestes, lo distingue como judo, y por encima de la estrella una angosta tira color kaki, con la inscripcin: Brigada Juda, en ingls junto a las iniciales hebreas J-IL. Esto es todo. Mas, este pequeo todo brele por doquiera clidos los corazones, atrae hacia l las miradas de orgullosa ternura, y cuando para colmo revela su procedencia polaca y su bsqueda de familiares y seres que ridos, nadie le niega su ayuda, y por doquiera, en cualquier campamento, empiezan las averiguaciones y bsquedas. Se hurga, se investiga; quizs alguien tenga un indicio o sepa algo. Mas siempre las indagaciones terminan con idntica pesadumbre, con brumosas y bajas miradas de pudor, como si fuesen ellos, los que buscan, culpables de su tremenda des dicha de no encontrar a nadie de los suyos. Igual ocurri en este campamento. Tres das vag Jos entre desplazados; inquiri, indag, y como de costumbre qued exhausto, desesperanzado y pesaroso. En Munich lo esperaban los compaeros con un auto. Ya era tiempo de volver a Blgica donde estacionaba su unidad y Jos deba apresurarse. Se despidi de los recin conocidos, logr esbozar una forzada sonrisa corts, ech al hombro la reducida mo chila y sali al ancho camino que conduce a Munich. Esperaba el paso de algn vehculo. El asunto no era nada fcil; en la zona americana los yanquis se niegan con fre-