100 DAVAB 3. Desde el punto de vista abstracto o terico, el fen meno de la nacionalidad siempre ha suscitado una multitud de problemas intrincados, en todos los campos de la vida. La conciencia nacional aparece en el curso de la historia bajo formas diferentes, desde un vago sentimiento de afinidad, a un ideal de comunidad y de ilimitada solidaridad. Cuando se desarrolla, la conciencia nacional, elabora una estructura de pensamientos respecto a la nacionalidad y a la ideologa na cional, y la psicologa de la conciencia nacional da lugar a un complejo de aspiraciones, que se manifiesta en formas di versas: pacficas o belicosas, progresivas o reaccionarias, to lerantes o fanticas.1 La conciencia nacional juda mantenida en la dispersin se orient paralelamente en dos direcciones de contenido ideal. Al propio tiempo que alent sin desfallecimientos la idea del retorno a Israel, fu formando un sentimiento judo inde pendiente y a la vez complementario de ese ideal, que deba alimentarse con la sensacin permanente de ser judo sin una patria territorial, de serlo de un modo puramente espiritual. Para explicar ese sentimiento, esa nacionalidad espiritual, es preciso ubicarla en la filosofa de la historia, que, como dice Renn, es una creacin juda. Los judos, a igual que los griegos, poseyeron desde la an tigedad un sentido de la historia, con su pensamiento orien tado hacia el tiempo y con su tendencia hacia la unidad. Su tica social se basaba en la historia, y la conciencia histrica fu ligando las generaciones, dndoles una permanencia y cer tidumbre particulares, que a travs de los tiempos adquirie ron los contornos y el valor de una conciencia espiritualmente nacional. El acopio comn de los recuerdos del pasado y las esperanzas del futuro, determinaron su mente y sus aspira ciones. Y, como consecuencia, su conciencia histrica fu pro yectada en unidad, a travs del tiempo. Como dice Hans Kohn, El judo viva ms bien en el reino del tiempo que en el del espacio. El mundo, como tiempo, no sabe de la separacin i F. Hertz, Nationality in history and politics, London, 1951, pgina 410.