VALORACION DE KAFKA 87 por lo dems la simplicidad del mecanismo que anima los re latos de Kafka, probndonos que la supuesta complejidad de que suele acusrsele es slo el resultado de su representacin esttica, perfectamente inscripta en la marcha simple de la aventura. Como en Moby Dick, para no citar sino a Melville, lo trgico se desprende involuntariamente de las cosas mismas. Es una saturacin. Porque todo est implcito la aparien cia es simple. Qu mejor ejemplo en nuestra lengua que Don Quijote ? No quisiera terminar esta conferencia sin aludir a una justa curiosidad. Se ha hablado tanto del pesimismo de Kafka que resulta imposible eludir el problema de su posicin frente a un mundo que aparece absurdo: indiferente a las idas y venidas de un protagonista que resulta vencido por la norma indiscer nible de la fatalidad. Es difcil dar una respuesta adecuada a la pregunta que se esconde en esta hiptesis. Satisfacerla del todo aceptar el pesimismo o el optimismo de Kafka supone arribar a una conclusin y ya dijimos lo que significa concluir. Si esta operacin contiene, en general, el peligro de robustecer el error esa posibilidad se acrecienta en el caso de Kafka, cuyos escritos denuncian a cada instante la infinitud y lo inacabado. Kafka no concluye jams. Todos sus escritos son truncos. Como la vida si es que practicamos a su respecto la suspen sin de todo principio (lo llamemos lo Absoluto o lo Indestruc tible) tal como lo hace Kafka al poner a su protagonista en un medio provisionalmente sin respuesta. Pero es este mismo vaco, esta suspensin lo que nos obliga a tomar partido. Qu duda cabe de que este partido ha de inclinarse por lo positivo, proclamar la esperanza en el seno mismo de la desola cin? Sin la posibilidad y, por consiguiente, la espera de un principio supremo que gobierne las cosas, la dialctica de Kafka no tendra sentido; ni siquiera desde su propia negati- vidad. Recordemos el final apotesico de Amrica, cuyo Teatro de la Naturaleza es algo ms que una caricatura y recordemos, sobre todo, su ltima novda, que es como su ltima palabra. Todo lo equvoca que sea la atmsfera brumosa de El Castillo es imposible no admitir en los afanes del agri mensor la bsqueda de una Autoridad que debe existir. Falta, aciagamente, la fe, la fe de los otros, la de aquellos que no se creen ya, como K. llamados. Y esta carencia amenaza co j hun-