VALORACION DE KAFKA 79 identidad con nosotros mismos ? A poco de comenzar la novela, su protagonista, en la conversacin telefnica que sostiene con uno de los porteros del Castillo, le pregunta al extrao Oswal: Quin soy yo, pues? En El Proceso, Jos K... quiere saber quin dirige su proceso, pregunta por la Autoridad. Aqu la pregunta por la verdad ltima se confunde con la demanda del ser que la formula. El drama de la vocacin del hombre, experimentado por Kafka mismo en su trajn entre la literatura y su empleo, aparece en esta obra de un modo evidente y elevado a su mxima categora trascendente con la consecuencia moral y aun religiosa que el autor le impone por la sola presin de lo absurdo. Este elemento de la identidad (ser igual a s mismo), en el sentido de un ser que aspira, a travs del modesto empleo con que lo designa Kafka, a su logro ms pleno, en uno de los ms fuertes del relato, si no el esencial. Recordemos Amrica. El mundo inhspito e indiferente en que se mueven los protagonistas de Kafka est ya anunciado en esta primera novela que slo un anlisis superficial puede con siderar como ajena a las otras dos. Lo que ocurre es que en estas ltimas su autor alcanza el meollo mismo de su propio problema, est ms cerca de s mismo. Por algo estas obras vienen despus, en un momento en que el drama del autor alcanza en su vida ms personal el punto mximo de agudiza cin. Claro que Amrica difiere prima facie del Proceso y del Castillo. Hay, evidentemente, un aspecto risueo en las andanzas simpticas de su hroe. Karl Rossmann es joven, casi un nio, cuando comienza la novela. Est solo, es verdad. Pero en una tierra llena de promesas. Y adems, pese a la desercin de su to, terminar por encontrar lo que ansiaba, as lo sea en un Teatro de la Naturaleza. Sin embargo, se necesita muy po co para caer en la cuenta de que la sombra compite, ventajosa mente, con las luces de esta trama. Hay ambientes siniestros: la casa de Pollunder, por ejemplo. Hay personajes abyectos: M. Green, excelente ejemplar de cierto americano srdido, materializado. Su hija Clara, en su cnico candor, no le va en zaga. Y qu decir del infame Delamarche, de la corrompida Brunelda? Se me dir que, pese a todo, hay en esta obra un optimismo que no se vislumbra en las otras dos. Pero, no lo ponen stas en duda, precisamente? Aqu el humor el mis-