78 DAVAB han usurpado el lugar de la Justicia misma. El medio, esa organizacin cuya bondad nadie discute, se ha convertido en fin. La mquina judicial se mueve a ciegas, en el orden de un cumplimiento que se basta a s mismo en su perfeccin mecnica. Se intuye algo ms, sin embargo, en todo esto. La pregun ta sobre una condicin original culpable que explique aquel error fatal se torna ineludible en la medida de su propia ab surdidad y a poco que se piense en la desvalida condicin hu mana que lo sustenta y padece. Y as, no resultar excesiva una interpretacin por el pecado. La opinin teolgica est, a veces, autorizada de un modo explcito por el propio Kafka y el captulo IX de El Proceso, titulado En la Catedral, con su trozo referente a la Escritura y librado al dilogo entre el protagonista y el abate, es una prueba. Es en El Castillo, sin embargo, donde una interpretacin religiosa encontrara su ms ancho margen, a condicin de ver en el conde la figura de Dios y en el Castillo y sus alrededores la rplica desgracia da, en grotesco bastidor, de un Cielo perimido. Tambin en El Castillo podemos excusarnos de una interpretacin teolgi ca que no derive de los hechos mismos y escape en demasa a su carcter inmanente; involuntario, por as decirlo, desde el punto de vista del autor. Nada menos querido, en efecto, que la dialctica de Kafka escritor. En este sentido toda su obra conviene declararlo desde ahora semeja un slo Diario, es tan autobiogrfica como la declaracin ms personal. No hay trnsito entre su peripecia como hombre y su manifestacin est tica: tanto el escribir significaba para Kafka la expresin de su yo ms profundo. Escribir y vivir eran para l dos opera ciones inseparables y sus relatos no constituyen, en rigor, sino la trasposicin literaria de su experiencia como hijo, como no vio, como enfermo y como judo. Vivencias personales que tras muta en materia artstica del mismo modo que los sueos com ponen con nuestra vigilia el tema de sus imgenes delirantes. Parece acertado ver en el afn del agrimensor por hallar en el Castillo el puesto que le corresponde el deseo de acceder a la secreta comunidad de las cosas, al Ser mismo, mediante un ingreso que acepte su yo ms profundo, su verdadera in dividualidad. Cmo, en efecto llegar a Dios sin haber cum plido antes con la norma que nos impone la ms perfecta