UN HOMBRE HE SU PUEBLO 51 cho hemos sufrido a lo largo de nuestra historia: Roma, Espaa, Jmiel- nitzky, Rumania. Todo esto pas y ya no existe. Pero nosotros perma necimos firmes como la roca y no nos han destrozado. Tal vez muchos de nosotros sucumbamos; es posible que comunidades enteras sean des truidas, pero los que queden han de traspasar nuestras grandes tradicio nes a quienes vienen detrs. Esta seguridad, esta profunda altivez judia di a Weizmann la fuerza necesaria para golpear en las mesas de los poderosos y hablar con ellos de igual a igual. El era el Estado mucho antes que el Estado naciera. Ante l se abran las puertas sin que le exigieran credencia les. En momentos difciles de nuestra lucha poltica lo he visto conver sar con estadistas extranjeros. He visto inclinarse ante l a orgullosas cabezas. He visto a hombres que miraban con desprecio al pueblo que se empeaba en tener alas y se negaba a arrastrarse por el mundo; do blegarse ante la figura erguida y altiva del conductor, y he visto sus ojos que no podan soportar la mirada incisiva del judio de Mtele. El mundo en el cual inici su actividad poltica, un mundo en que los valores ticos y la justicia internacional tenan cabida, ha sido des truido en la poca de su madurez y ancianidad. En el mundo cnico de sus ltimos aos sonaba a veces como voz en el desierto el llamado de Weizmann de justicia para su pueblo. No quiso adaptarse a los nue vos dictados de la poca. Para l un derecho moral sigui siendo un derecho moral y una promesa, una sagrada realidad. Haba conocido a las grandes personalidades de su tiempo. A un Balfour, capaz de elevar se sobre los mezquinos pensamientos del presente y reconocer la grandeza de la reparacin histrica al pueblo judo. A un Wilson y a un Smuts, que soaran con la fraternidad de los pueblos, con la liberacin y el apoyo a todo pueblo sometido y perseguido del mundo; a un Masarik, que logr presenciar el resurgimiento de su pueblo, sin el sacrificio de ninguno de sus principios morales. Y quiso la irona del destino que, a una semana de su muerte, precisamente del pas de Masarik emanara la provocacin ms baja y cruel contra el pueblo, el pas y la idea cuyo portador era Weizmann. No ha de desmoronar nuestro ideal tal provo cacin. La suciedad y el fango han de rebotar sobre aquellos que con la mentira cnica han osado levantar su mano contra la ms grande rea lizacin de un pueblo martirizado. Porque tena razn Weizmann en su profeca: "Por negro que parezca el presente, el futuro ser de aque llos que luchan, construyen y suean con el corazn limpio y la con ciencia clara.