392 CUADERNO DE CULTURA que el buen sentido y la tranquila seguridad de ella podian compararse con el sent~do y segu- ridad de la plaza de La Habana. Mientras red- bia inst.rucciones, el coronel Acosta ocup6se de recomponer el armamento y las monturas de su fuerza, que s6lo Ilegaba a trescientos setenta y tres caballos. Acosta encontr6 en la casa de don Juan de Dios Betancourt y AgUiero la generosa hospitalidad camagceyana. Desgracia fu6 para el venerable Betancourt que Acosta se hospeda- se en su casa, pues conocidas como eran sus an- ciones republicanas, la sospecha aleve acus6le de haber envenenado al jefe espafiol, que durante she's dias vi6 su vida en peligro grave por agu- disimo dolo.r c6lico. El respetable Betaneourt, a pesar de sus setenta y tres afhos, fu6 a expiar en la isla de Pinos el delito de amar la libertad de su pais (1214. Aurque Tac6n pas6 revista a las tropas de la expedici6n el 4 de diciembre, no fu6 ese acto sino una mera ostentaci6n de fuerzas: en efecto, la primera parte de la expedici6n no pudo za.rpar del surgidero del Rosario, sino en la madrugada del 4 de enero de 1837, y para 1legar a Manzani- l10 necesit6 nueve dias. Ni sefiales de trastorno ni de agitaci6n politica pudo adverti.r el briga- dier Gascue, quien, apenas puso pie en tierra, (121) Cuenta la tradici6n que el delito de Betancourt agravo-e pnr tener en una de sus habitaciones el retrato de Jorge Washington.