XII Lorenzo y sus consejeros se equivocaron las- timosamente. Imaginaron, con sobrado candor, que un dispota tan audaz como Tac6n se confor- mase con el establecimiento de un regimen que, al extenderse a toda la Isla, le hubiera lanzado de la sat.rapia de Cuba, donde su espirtu se em- briagaba con los furores de la persecuci6n de los criollos y se deleitaba con las riesgosas e in- fames aventuras de las expediciones negreras que se aprestaban a su vista, en el mismo puerto de La Habana -para ir a devorar su despecho y su c6lera en una modesta Capitania General de su patria, en que no podria nunca dar suelta a sus feroces arrebatos, sin correr pelig.ros de un desastre tan sangriento. como el que en el Palacio Real de Barcelona habia puesto prema- turo fin al desdichado general Basa. Grande debi6, pues, ser la sorpresa del gene- ral Lorenzo cuando a las nueve de la noche del 19 de octubre se le present el correo Juan L6- pez, que acababa de regresar de La Habana, 333