260 CUADERNO DE CULTURAL mis honda que su rencor al nombre americano: una soberbia audaz que en momento dado se so- breponia a todo sentimiento de consideraci6n y respeto, a todo deber de obediencia. A qu6 peli- gros extremos podian impulsarle sus desapodera- das pasiones, dicenlo la expulsion de Saco, por complacer a Martinez de Pinillos, su trato inhu- mano con los prisioneros carlistas y la conducta que observe con el coronel don Manuel de Cespe- des, primer Vicec6nsul de la Repdiblica mexicana nombrado para la plaza de La Habana, a conse- cuencia del tratado de 1836, negdndose a per- mitir que desemba.rcase por el ridiculo pretexto, dictado por una pasi6n bastarda, de haber el se- flor de Cspedes pertenecido en otro tiempo al ej6rcito espaiiol en la clase de oficial, y haber abandonado sus banderas, siedndo a la vez desertor y trdnsfuga. La estiipida y feroz intolerancia de aquel rudo general da en cierto modo la medida del caricter nacional, y explica la decadencia de Espafia: ha- bia tratado a sus colonos a manera de siervos adscriptos al terrufio, y su altivez y orgullo im- pididronle reconocer la independencia de sus po- sesiones americanas a tiempo para que Inglaterra y otros Estados no se apoderasen del comercio de las nacientes repdblicas. Y todo, Apara qu6?'. El general don Manuel de Cespedes residi6 y muri6 despubs en La Habana, y Espafia firm